El arte del erotismo en una canción: Joaquín Sabina y su “Peor para el sol”

febrero 16, 2023
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Por José Guadalupe Martínez Valero

Apenas hace algunos cuantos números de esta nuestra revista El Coahuilense hacía mi entrega del texto relacionado con Día de Muertos y en un abrir y cerrar de ojos ya estamos en febrero, denominado por obvias razones, con las que por cierto no estoy de acuerdo, “mes del amor y la amistad”. 

¿Y por qué no estoy de acuerdo? Porque, y lo he dicho también en otros momentos y espacios, no soy de celebrar los “días de”; o dicho de manera afirmativa, celebro o procuro celebrar esos “días de”: “del niño”, “del padre”, “de la madre”, “del abogado” y un sinfín de etcéteras TODOS y CADA UNO de los días de mi valiosa existencia. Amemos todos los días, seamos excelentes amigos todos los días, respetemos a nuestros padres todos los días, honremos a nuestros antepasados y a nuestra profesión todos los días. ¡Vaya! seamos todo eso TODOS los días. 

Ausencia que, además aclaro, se dio de manera involuntaria porque sinceramente “Las musas me sacaron la lengua y se fueron al sur”; y bueno, regreso de mis textos que coincide con lo dicho de que el amor es el hermano amable de la muerte, aunque a veces más peligroso que la muerte misma. 

Pero bueno, quizá contradictoriamente trataré de aprovechar este espacio para durante el mes de febrero hacer una especie de muuuuuuuy humilde análisis de las canciones de uno de mis autores favoritos, que es Joaquín Sabina, quien tiene entre sus muchas piezas algunas dedicadas al amor en cada una de sus etapas; y para empezar dicha labor lo haré con la del primer paso, que es el enamoramiento desde la perspectiva de lo cotidiano, llamada “Peor para el sol”; no sin antes hacer unas cuantas aclaraciones previas: 

Sabina se nutre de los clásicos españoles del Siglo de Oro y eso se deduce a partir de la forma en que están elaboradas sus letras, dado que si incluso uno le quitase la música, serían poemas por si solas; utilizando un estilo al que yo llamaría “Lopeveguiano-Gongoresco” por la influencia que de ambos autores se reflejan en su obra. 

Hecho el apunte anterior, también es de precisar que pocos artistas logran que sus canciones sean a la vez poemas, algo que además pocos afortunados músicos llevan a cabo, siendo uno de ellos el norteamericano laureado incluso con el Nobel de Literatura, Bob Dylan, aclarando para cerrar el comentario que contradiciendo lo que muchos opinan: Sabina no es el Dylan Español, sino que en todo caso Dylan es el Sabina norteamericano y, mejor aún, más que Dylan, Sabina es el Leonard Cohen español, que de los músicos en lengua inglesa vendría siendo quien más se le asemeja, incluso en el físico. 

Pero empecemos, pues: ¿De qué trata “Peor para el sol”? En resumen breve y sencillísimo es la historia de un tipo que estando solo en un bar y, sin pretenderlo, conquista, o mejor dicho, se deja conquistar por una dama, ya que, citando ahora yo a ¿Rubén Darío?, es verdad sabida que no hay hombre que conquiste a mujer alguna, sino en todo caso la mujer escoge a quien ella quiera que la conquiste. 

Empecemos por la forma en que arranca la canción. Son diálogos, ¿imaginarios o ciertos? No lo sabemos. Sin embargo, pocos saben manejar en forma tan poética dichos diálogos y menos como letra de pieza musical. 

¿Quién lo narra? Aunque pareciera que es en primera persona la voz de la dama, siento desde mi perspectiva que lo hace el afortunado elegido a conquistarla, de manera casi anecdótica y hablando de sí en tercera persona: 

¿Qué adelantas sabiendo mi nombre?/ cada noche tengo uno distinto/ y siguiendo la voz del instinto me lanzo a buscar. Imagino, preciosa, que un hombre/ algo más, un amante discreto que se atreva a perderme el respeto/ ¿No quieres probar? Vivo justo detrás de la esquina/ No me acuerdo si tengo marido/ Si me quitas con arte el vestido/te invito a champán. 

El misterio de la identidad de la conquistada-conquistadora es casi mágico, pero los versos que le siguen más, ya que detallan la vida de una mujer cansada de la rutina que sale a buscar el ¿amor?, no sabemos aún. 

Lo cierto es que hace una invitación tan sugestiva que hasta envidiamos la posición del afortunado en ese ¿no quieres probar?, casada, lo que le da un toque además de adrenalina por lo prohibido que ello implica; y esa sugerente invitación al decir “quítame la ropa como si fuera ese proceso de desnudez una obra de arte” el tan necesario preludio que hace aún más intensa la subsecuente entrega ya que, también es bien sabido, tan importante el preludio como el momento del acto carnal. 

Cerrando esta parte de manera fenomenal ya que si logra el invitado hacer lo solicitado, tener un buen preludio, ella le dará a probar el mejor de los vinos de mesa, es decir, ELLA es ese champán. Vaya, en otras palabras, y sin pretender vulgarizar el texto: haz un buen descorche, para probar la más delicada de las bebidas. 

Le solté al barman mil de propina/ Apuré la cerveza de un sorbo/ Acertó el que ‘El templo del morbo’ le puso a este bar. Peor para el sol/ que se mete a las siete/ en la cuna del mar a roncar/ mientras un servidor/ le levanta la falda a la luna. Al llegar al portal nos buscamos/ como dos estudiantes en celo/ un piso antes del séptimo cielo/ se abrió el ascensor. Nos sirvió para el último gramo/ el cristal de su foto de boda/ no faltó ni el desfile de moda/ de ropa interior. 

Ese “le solté al barman mil de propina” es un apresurado, “ten amigo, te pago con el más caro de los billetes la bebida, que quizá no lo valía, pero sí la aventura”; es un decir también “quédate con el cambio, esta oportunidad no tiene precio alguno, es inconmensurable”, y ese juego con el nombre del bar también es maravilloso ya que cualquier unión carnal entre humanos debe contar con un mucho de morbo, diciendo, ahora en palabras de Woody Allen: para que haya buen sexo, tiene que ser sucio, morboso; convirtiendo esa “suciedad” en algo intenso y –perdón por el oximorón– asquerosamente delicioso. 

La descripción de los primeros besos y cachondeos no pueden sino llevarte a aquellos primeros escarceos que todos tuvimos y gozamos cuando éramos adolescentes, que además de regresarnos a nuestra juventud nos hace ver en la escena la urgencia de las primeras veces; describiendo además el primer orgasmo dentro del ascensor y con apenas el inicio del acto ¿Es ella el ascensor? ¿Es ese orgasmo el tan anhelado séptimo cielo? El siete implica perfección en la cábala, Joaquín nos dice entonces estoy en el más PERFECTO de todos los cielos; que para ir al cielo además sabemos todos, hay que morir. ¿Y como se le llama al orgasmo en francés? ¡Exacto! La petitmort, una perdida breve de conciencia derivado de esa liberación en términos de sexo y amor, que dicen también los que saben de amor tántrico que éste te lleva justo a otras dimensiones y que si lo logras debes aprovechar ese pequeño espacio de infinitud en que te encuentres para pedir a la divinidad todo lo bueno que haya que pedir por estar en su presencia gracias al amor carnal. 

Y otra vez un cierre estupendo de esa parte, ya que convierte dicho encuentro, con la metáfora de la ¿supuesta droga? que se inhalan ambos en un encuentro adictivo, profundizando con ese toque de emotividad que da lo no convencional diciendo: “en el acto involucramos todos los sentidos y cuando lo hicimos con el del olfato, nos olimos con tanta intensidad que borramos rastro de todo pasado, matrimonio incluido, aburrido y monótono o no, de ella”. 

Afirmando también con ello el intercambio espiritual entre ambos, al dejar que entrase por la nariz de cada cual la contraparte complementaria; “nos poseímos de tal modo que ambos nos convertimos en aire, aire que es vida; dejando al otro entrar por la parte de nuestro cuerpo con la que respiramos. 

En mi casa no hay nada prohibido/ pero no vayas a enamorarte/ Con el alba tendrás que marcharte/ para no volver/ olvidando que me has conocido/ que una vez estuviste en mi cama;/ hay caprichos de amor que una dama/ no debe tener. Peor para el sol/ que se mete a las siete en la cuna/ del mar a roncar/ mientras un servidor/ le levanta la falda a la luna. Es mejor, le pedí, que te calles/ no me gusta invertir en quimeras/ me han traído hasta aquí tus caderas/ no tu corazón. 

Y después, para qué más detalles, Ya sabéis: copas, risas, excesos ¿Cómo van a caber tantos besos en una canción? 

Y una vez consumado el acto, la advertencia de ella: ¡no seas iluso! ¡no te enamores! Un olvídame que significa precisamente TODO lo contrario: ¡será imposible que me olvides! ¡tenme siempre presente! Y la respuesta de él, magistral: “vine aquí para recorrer tu cuerpo, para perderme en tus caderas, no en sueños imposibles de repetir vinculados al sentimiento del amor”, y por ello, implícitamente diciendo que empezaba a enamorarse por arte del erotismo. ¿Cuántos besos caben en la canción de amor que ambos interpretaron? TODOS los que nos representan como humanidad: desde los de Adán y Eva, hasta los del más reciente amor que hayamos tenido; pasando por los de Helena y Paris, los de Marco Antonio y Cleopatra, los de Romeo y Julieta hasta llegar a cada uno de nosotros como lectores con el más sublime y reciente de dichos besos que hayamos dado, haciéndonos renacer, siendo el MEJOR regalo que podamos haber recibido, una especie de siempre deseado regalo de NATIVIDAD. Acabando con un final inesperado a pesar las advertencias de ambos: 

Volví al bar a la noche siguiente/ a brindar con su silla vacía. Me pedí una cerveza bien fría/ Y entonces, no sé/ si soñé o era suya la ardiente voz que me iba diciendo al oído:/ ‘me moría de ganas, querido, de verte otra vez’. Peor para el sol/ que se mete a las siete en la cuna/ del mar a roncar/ mientras un servidor/ le levanta la falda a la luna. 

El volver al lugar del inicio del encuentro para ver si corría el tipo con la misma suerte, inicio de enamoramiento evidente y sin duda. ¿Quién no brinda con la contraparte ausente sino el enamorado? Un guiño a las tan mexicanísimas canciones cuyos ejemplos sobran donde el involucrado, casi siempre hombre, se pierde en el alcohol por la persona amada; refiriéndome al final inesperado con el verso que inicia “me moría de ganas querido, de verte otra vez”. ¿El inicio del enamoramiento también de ella, dada la repetición del amante? ¿Historia con continuación –que no final– feliz? Porque si hubiera final no sería feliz, ya que si se es feliz no tiene porqué tener final. Y bueno el estribillo que acompaña toda la canción al señalar que las mejores y más sensuales escenas de amor generalmente se dan en la clandestinidad, tienen a la luna como testigo entre sombras, y con luz solamente de luna; tan requerida precisamente por los amantes al hacer de su amor un amor de locos, desquiciado, lunático. ¡Amor al fin!

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