Molina, el del Viena

septiembre 2, 2022
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Desde 1959, el Café Viena ha sido punto de encuentro para políticos, comerciantes, intelectuales y artistas, viajeros y saltillenses.

Por sus mesas han pasado encumbrados políticos y acaudalados empresarios, artistas y gente de letras, periodistas y dirigentes sociales que a veces han convertido algún rincón del local en cuarto de guerra y epicentro de alguna conspiración.

Han comido o cenado ahí lo mismo mujeres y hombres de la ciudad que viajeros, estos últimos, sobre todo en su origen, allá por la calle de Abbott, cuando hace 63 años estaba ahí la parada de autobuses foráneos, el edificio terminal de los Transportes Monterrey-Saltillo.

El apellido de sus dueños se asocia también a historias y personalidades: René Molina de la Cruz, su fundador, René y Rolando, sus hijos, son quienes en cada época desde 1959 han construido amistades en un Saltillo en el que su Café Viena  quizás sea uno de los últimos testimonios vivos de un Saltillo que se fue.

Todo mundo ubica a los Molina. Basta pasar un breve rato en alguna mesa para observar que muchos de los comensales entran y saludan: ¿Cómo estás, René? ¿Cómo estás, Rolando? ¿Cómo estás, Molina?

Desde entonces y a la fecha, René y Rolando son capaces de adivinar los platillos que habrán de pedir los comensales, inclusive aquellos que han dejado de ir durante años y regresan por la nostalgia del paladar que añora unas chuletas de cerdo empanizadas, con sus papas fritas naturales y unos frijoles en bola rodeados por la ensalada fresca que, cómo negarlo, no tienen igual.

Don René fundó el Viena cuando en la ciudad había unos 120 mil habitantes y tenía una vocación más rural y comercial, aunque ciertamente con atisbos de industrialización. Lo hizo con su esposa, doña Lupita, quien a sus 90 años todavía se da sus vueltas para poner orden.

Hoy la ciudad, convertida en una importante urbe del país, el ambiente de familiaridad, el Café Viena siempre será lugar para vivir una historia, recordar buenos viejos tiempos y encontrar personas apreciadas de manera inesperada.

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Antes de que el Café Viena fuera un clásico saltillense, don René Molina convirtió el pequeño local de la calle Abbott en un punto de encuentro entre viajeros, muchos de ellos agentes de ventas que llegaban a la terminal, campesinos que vendían sus productos y cabritos en el mercado.

En general, la vida política del estado y la ciudad se realizaba a unos pasos, en el Palacio de Gobierno y la Presidencia Municipal, por entonces en Hidalgo y Aldama; la vida comercial transitaba entre el Mercado Juárez y las calles Allende, Aldama y Victoria; la vida cultural de la ciudad estaba también en ese sector, por Aldama con algunos teatros por los que la memoria ya flaquea. Y estaba la vida religiosa, con San Esteban y un poco más allá la Catedral y la capilla del Santo Cristo.

Y el Café Viena estaba en el corazón de la ciudad. Tan acreditado estaba que a don René no le preocupó cambiar el domicilio a la calle de Acuña, bajando Aldama, en los años 80. Eran tiempos de cambio, la ciudad crecía y también las aspiraciones de sus habitantes como él mismo, que se vería inmerso en la lucha por la democracia de aquel movimiento que encabezó Jorge Masso Masso. Todavía muchos recuerdan a don René, con Masso y el locutor más legendario y querido que haya dado la ciudad, el “Compadre Medina”. 

Estar ahí es imaginar a personas que ya no están: piense usted en el Tío Bucho y sus Luceros del Norte, comiendo a veces alegres, a veces callados, después de transmitir su programa de Canal 7; una mesa con el profesor Reséndiz Bonne y sus fieles amigos Pedro Ramos, el señor Anzures y el profesor Ezquivel; en la mesa sui generis de Manolo Jimenez, Isidro del Bosque, José Guadalupe Robledo y a veces, hasta el Show Bananas.

Por esas mesas han pasado, en su tiempo, los gobernadores Óscar Flores Tapia, Braulio Fernández Aguirre; exalcaldes a la postre historiadores, como el ya finado don Roberto Orozco Melo o el profesor Arturo Berrueto González; hombres de las oposiciones como Jaime Martínez Veloz. Actores como Julio Alemán y toreros como Alejandro Silveti y Eloy Cavazos. Don René venía de trabajar del ya extinto Restaurant Saltillo, famoso en la época, cuando decidió tener su propio restaurante en 1959. Debió esperar hasta 1985 para adquirir su propio local, en la calle Presidente Cárdenas, donde hasta hoy su cocina sigue apapachando el corazón.

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Si el Café Viena decorara sus paredes con las fotografías de los ilustres que han departido en sus mesas, no se daría abasto. Sin embargo, sus paredes han optado por quedar decoradas con imágenes taurinas que lo han convertido también en el punto de encuentro para las peñas de la ciudad.

Mestizaje quizás, fusión de la pita árabe o similar sefardí con la milenaria tortilla mexicana, la tortilla de harina tiene sus matices. No es la misma en Monterrey que en Hermosillo, ni en Chihuahua que en Matamoros. La saltillense es especial, rechoncha de tamaño mediano lo suficiente para retacarla de ternera y una rodaja de aguacate, en equilibro perfecto de sabores que estallan en el sentido del gusto desde la primera mordida.

Aquí decimos lonche, no decimos torta ni decimos birote. Porque es de pan francés cenizo, harinoso por fuera, consistente por dentro sin ser duro como para dar cabida a cada ingrediente.

El pozole del Viena con una cerveza ha curado el amanecer de infinidad de personas de todas las esferas sociales.

Ahí, en la cocina, surge la magia: el toque mexicano y el sazón familiar crean platillos que reviven memorias familias, el sazón parecido al de alguna madre en el bistec, el menudo, el machacado y, cuando había apuro, la comida corrida que distingue al Café Viena, tanto como su tradición y ambiente familiar que provoca que los saltillenses regresen al restaurante de los recuerdos, donde habrá siempre un saludo franco de alguno de los Molina.

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