Por Álvaro Delgado Gómez
Ernesto Zedillo es un criminal: Los mexicanos que se suicidaron por la crisis que él propició, los que perdieron todo su patrimonio y los que fueron asesinados por el Ejército, los paramilitares y las fuerzas de seguridad son su responsabilidad y su herencia sangrienta que sus aduladores como Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín no podrán borrar jamás de la historia de México.
La deuda infinita del Fobaproa, el rescate de las élites y las míseras pensiones para los trabajadores milenial son otros de sus crímenes, cuyos cómplices son el PRI y del PAN, pero Zedillo debe ser recordado también por tener las manos manchadas de sangre de las matanzas perpetradas en su sexenio, incluidos los homicidios de opositores de izquierda que son la continuidad de la política asesina de Carlos Salinas de Gortari.
A mí nadie me lo cuenta. Viví e informé como periodista los crímenes de Zedillo en su sexenio cruento, desde su misma elección fraudulenta, esa sí una elección de Estado el 21 de agosto de 1994, después de haber sido beneficiado por el asesinato de Luis Donaldo Colosio y de haber sido impuesto por Carlos Salinas de Gortari.
Al vado de Aguas Blancas, en el municipio de Coyuca de Benítez, Guerrero, llegué cuando estaba aún ensangrentado el sitio donde 17 campesinos fueron asesinados a medio año de que Zedillo tomó posesión como Presidente de la República, el 28 de junio de 1995, por órdenes de su compadre Rubén Figueroa, quien tenía como brazo represor al sanguinario Mario Arturo Acosta Chaparro.
A las víctimas se les sembraron armas para aparentar una subversión que fue desmentida por el video que transmitió Ricardo Rocha en Televisa medio año después, el 25 de febrero de 1996. La respuesta de Zedillo fue la represalia: Ordenó a la televisora el despido del periodista y del vicepresidente de noticias, Alejandro Burillo Azcárraga, quien avaló la difusión del video.
Al año siguiente, en 1997, en medio de la crisis económica, Zedillo conoció que los paramilitares que armó el Ejército del que él era comandante supremo asesinaron a 45 mujeres, hombres, niños y nonatos en Acteal, como parte de la guerra de baja intensidad que implementó en todo el país, que continuó, en 1998, con otras matanzas.
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El 7 de junio de 1998, mientras Zedillo conmemoraba el Día de la Libertad de Expresión, el Ejército perpetró otra matanza: En la escuela bilingüe “Caritino Maldonado Pérez”, en la comunidad de El Charco, del municipio de Ayutla de los Libres, soldados al mando del General Juan Manuel Oropeza Guernica, comandante de la 27 Zona Militar, mataron a 11 personas desarmadas.
“¡Salgan, perros muertos de hambre!”, les gritaron los militares a quienes habían pernoctado en la escuela después de celebrar una asamblea. Varios fueron ejecutados en la cancha y otros en un salón, donde quedaron marcadas las huellas de sangre y los balazos a los que les dispararon arrodillados y por la espalda.
Tres días después de estos hechos, el 10 de junio de 1998, elementos del Ejército y agentes de la Seguridad Pública de Chiapas, Policía Judicial del Estado y Policía Judicial Federal cometieron otra matanza, esta vez de ocho campesinos, en el municipio de El Bosque, Chiapas.
De ninguno de estos crímenes habla Zedillo en su irrupción en México, pero tampoco sus promotores de Letras Libres y Nexos, como si efectivamente en ese sexenio hubiera habido una primavera democrática que han escrito, por ejemplo, Krauze, el gran adulador de este priista.
Con Salinas, fueron asesinados 299 militantes de izquierda, pero con Zedillo se superó esa cifra, con 397 opositores privados de la vida. Entre los dos, mataron a 696 mexicanos.
Zedillo, doctorado en Yale, tiene las manos manchadas de sangre de mexicanos y se le debe llamar el doctor muerte.
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