Por @arriagaxxximena
Un joven de 22 años pisa unas tablas viejas en la noria del rancho de su abuelo y cae —letalmente— 27 metros al fondo. Su abuelo, cuestiona la vida y la muerte. No sólo él.
¿Piensas que todos tenemos una rayita marcada, una fecha específica, un momento definido para morir? ¿O tienes la idea de: nadie se va hasta cumplir su misión? ¿Crees en la reencarnación, en otras vidas, en la resurrección… o en que todo se apaga tras la última exhalación?
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Años atrás vi la película Death Note, basada en un manga japonés, el cual según la frikilería.com gira en torno a un cuaderno sobrenatural que otorga a su poseedor el poder de matar a cualquier persona cuyo nombre escriba en él. El protagonista, Light Yagami, se mete de lleno en la misión de purgar el mundo de criminales y establecerse como una especie de dios supremo. Sin embargo, su cruzada no pasa desapercibida, y pronto se encuentra en un juego con el brillante detective conocido como “L”. Sigue una batalla de inteligencia, estrategia y moralidad. La idea de un cuaderno que podía causar la muerte con sólo escribir un nombre y las reglas específicas asociadas con él, como la necesidad de visualizar el rostro de la persona, deja a cualquier lector en vilo hasta el último capítulo.
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La narrativa de Death Note explora temas como el poder, la moralidad y las consecuencias de nuestras acciones. Porque a medida que Light se sumerge más en el mundo del Death Note, se enfrenta a dilemas cada vez más complejos sobre el bien y el mal, cuestionándose sus propias acciones.
¿Quién merece morir? ¿Quién decide qué es justicia? ¿Hasta dónde llegarías si tuvieras el poder?
Y es que, ¿quién no ha cuestionado alguna muerte? Cuando se va alguien amado, alguien joven, alguien bueno, con grandes planes o en una circunstancia inesperada. Miras alrededor y el mundo sigue lleno de maldad, odio, violencia… y entonces lo piensas: si tuvieras ese cuaderno, ¿escribirías algún nombre?
Algunos creen, la muerte es parte del ciclo natural. Que no se puede contravenir ni cuestionar, sólo estar preparados para cuando nos toque cerrar el nuestro.
Yo, honestamente, no estoy lista. No sólo por inmadurez o miedo, sino porque amo jodidamente la vida. Ya sé, eso no basta como argumento para quedarme más tiempo aquí.
Varias religiones reconocen la certeza de morir, pero conservan la esperanza de la inmortalidad. Un hecho biológico, compensado con un consuelo espiritual. La eterna dualidad: cuerpo y alma, ciencia y fe, fin e inicio. No sé si sea naturaleza o equilibrio.
Trascender, imaginar que algo viene después, tal vez da sentido a la muerte. Convierte a la vida en prefacio, anticipo, preámbulo de algo más, con el requisito previo de un juicio final. ¿Imaginas el tuyo? ¿Imaginas un dios mediando? ¿Quiénes serían testigos a tu favor y quiénes acusadores? ¿Estarías orgulloso, nervioso, avergonzado, temeroso… o desafiante?
Lo cierto es: nadie tiene conocimientos probados al respecto. Quizá porque debemos vivir en la incertidumbre, y así comprometernos a hacerlo bien. O quizá porque lo que viene después de morir, pertenece a otro plano desconocido, más elevado, al que sólo se accede con más conciencia, fluidez, intuición, con el alma ya trabajada pues.
Escribí esto un domingo después de enterarme de la noticia que menciono al principio. Aún sin explicación. Con dolor en el corazón por conocerle, ofrecí en su honor lágrimas, letras, susurré palabras, pensamientos e intenciones. Participé de una misa. Sé, nada cambia el hecho de que ya no está, ni lo sucedido. Pero ojalá todo sume a su favor en la otra vida. En el otro plano. En su juicio final.
Y si existe un Shinigami —ese dios de la muerte, guía de almas entre mundos, como en Death Note— o un dios de la vida como en muchas religiones, espero, tomen en cuenta nuestros esfuerzos por ser buenos. Y si es el dios de Spinoza —ese que no es un ser aparte, sino el propio universo, autosuficiente y eterno—, que seamos entonces la parte congruente, la forma viva, el lugar, la misión, el nexo, la energía que nos corresponde aquí y ahora.
Porque si algo trasciende el último umbral…
… seguro es la bondad.
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