Por @arriagaxxximena
• Sí… con el revuelo del cónclave y la elección papal, estuve a punto de buscar a mi ex (el seminarista). Sólo por platicar del tema, claro. Pero soy una guerrera, logré evitar la combinación de alcohol y su número telefónico. Mejor me refugié en publicaciones y memes –porque ni el Papa recién electo se salvó–, pese a su imagen de moderado y no ferviente admirador de Donald Trump. Nada está escrito en esta extraña relación entre dos de los estadunidenses más influyentes en el mundo, en momentos decisivos de la historia, con un país algo a la deriva y una Iglesia agonizante. ¿Seremos testigos, partícipes o daño colateral de estos mandatos?
• Mi hermana anda en su cruzada healthy. Renunció a los procesados, toma café sin azúcar, lava ropa con bicarbonato, bebe agua de manantial, elimina plásticos, no quiere ir a Japón por miedo a la radiación y evita ropa made in China, puesto que al parecer una de cada seis prendas contiene sustancias químicas que pueden causar enfermedades. Lo hace con una devoción admirable. Todo por salud. La respeto. Pero hace unos días me soltó:
–Dejé el perfume, los jabones aromáticos, los suavizantes de telas. Las esencias podrían ser cancerígenas.
Ahí sí, no estoy soportando.
Yo amo que una persona huela delicioso, ponerme ropa suavecita con aroma a recién lavada, sábanas con olor rico… No sé. Soy barroca. Me va la intensidad, la búsqueda de emociones, y los aromas conllevan reacciones, sentimientos, conexiones, recuerdos. No quiero suavidad ni equilibrio con los perfumes, eso no.
• Viernes 16:13 horas. Entro a X. Me comentan un post donde muestro las piernas. Voy al perfil. El primer video es una orgía masoquista. Me quedo viéndolo. Una pareja joven, de buen físico, parece que se entienden bien, al centro de un grupo de “amigos”. Ella lleva una correa, él tiene el mando. La besa y la abofetea con igual ímpetu. Le baja el vestido. Invita al resto a tocarla, todos parecen disfrutarlo. El video sigue entre caricias y manazos colectivos. Continúo observando.
No es contenido que yo buscara. Pero lo dejo correr.
No me escandaliza la pornografía, me gustan mucho los cuerpos, la piel, las formas. Pero después de una plática dominical al respecto, con mi amiga chilanga, tengo una frase clavada: cada imagen porno es un eslabón más en la cadena de explotación sexual. Alimenta la idea de la mujer como objeto, como cuerpo de consumo y podría propiciar la trata o el abuso infantil.
Yo, que siempre he defendido el respeto y la libertad –incluso la libertad de vender o mostrar el cuerpo–, me quedo pensándolo. No quiero ser parte de esa cadena. Y sin embargo miré todo el video. Lo dejo para la reflexión.
• Haruki Murakami, eterno candidato del Nobel de Literatura, en su historia de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, hace que su protagonista revele:
“Aun suponiendo que, a lo largo de mi vida, hubiese consumido 93% del fulgor de este mundo, no me importaba. Quería seguir contemplando eternamente el devenir de las cosas, y conservar con amor el 7% restante”.
La frase me arde en el pecho. ¿Cuánto “fulgor” o energía hemos quemado ya de nuestras vidas? ¿Cuánto responsablemente o en orgías? ¿Cuánto en conexión divina o cerquita de algún infierno? Y, sobre todo, ¿cuánto queda? ¿Cuánto más podremos contemplar y experimentar?
Si pudiéramos medir nuestro fulgor o potencia para vivir más a menudo ¿lo haríamos igual? Ciertos estudios afirman que a los adultos se nos escapan los días porque ya no nos emocionamos, ya no nos sorprendemos.
Vivimos en piloto automático, rutina tras rutina, sin valorar las pequeñas cosas nuevas que podemos encontrar en el día a día, las experiencias, los aromas, las conexiones divinas, los encuentros, a diferencia de los niños –los de antes, al menos– que cada día descubrían, inventaban, jugaban o aprendían algo nuevo, miraban el mundo como un hallazgo, por lo que el tiempo les parecía que transcurría leeeeento.
Pensemos en el fulgor que malgastamos entre rutinas o en la jodida intensidad que aún podríamos experimentar para los días por venir.
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