Sheinbaum y los aranceles de EE.UU.: Rituales de poder y el imaginario soberano de la política cultural mexicana

marzo 10, 2025
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FOTOGRAFÍA: ESPECIAL

Por Gonzalo Villanueva

La imposición de aranceles por parte de Estados Unidos a productos mexicanos no es solo un acto económico: es un ritual político que reactiva viejos símbolos en el imaginario colectivo de México. Las respuestas de Claudia Sheinbaum, más allá de su pragmatismo técnico, deben interpretarse a través de los códigos culturales que configuran la relación bilateral: el recuerdo histórico de la invasión, la resistencia anticolonial y la edificación de la soberanía como relato venerado en la oratoria nacional. Por lo tanto, es crucial el acontecimiento emotivo en el Zócalo de la Ciudad de México este domingo 9 de marzo.

El peso de la memoria histórica y el «síndrome de Texas»

México carga en su ADN político el trauma de la pérdida territorial del siglo XIX y la subordinación económica del TLCAN en los 90. Cada conflicto con EE.UU. activa lo que el sociólogo Roger Bartra llamó el «síndrome de Texas»: una ansiedad cultural que mezcla resentimiento, admiración y miedo a la asimilación.

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Sheinbaum elige el diálogo institucional frente a la retórica confrontativa de López Obrador, rompiendo con el patrón histórico que ha marcado la política mexicana. Sin embargo, en un país donde la expresión de la dignidad nacional suele manifestarse en gestos simbólicos y apasionados, su enfoque técnico y mesurado puede resultar distante de lo que la ciudadanía espera como respuesta emocional.

Señalaba Norberto Bobbio, filósofo italiano, que una sociedad se vuelve más ingobernable en cuanto más aumentan las demandas de la sociedad civil y no aumentan paralelamente la capacidad de las instituciones para responder a ellas. Esto da por resultado un panorama claro: la ingobernabilidad produce crisis de legitimidad.

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Aunque en primera instancia pareciera nimio, el evento de este fin de semana es un evento trascendente. La sociedad civil es la sede donde se forman  los procesos de deslegitimación y de relegitimación. La solución ante una crisis grave que amenaza la sobrevivencia de un sistema político debe buscarse ante todo en la sociedad civil, donde se pueden encontrar nuevas fuentes de legitimación, y por tanto, nuevos espacios de consenso. 

Tecnócratas vs. caudillos: El capital cultural en disputa

La formación científica de Sheinbaum —su capital cultural— la sitúa en las antípodas del caudillismo carismático que aún permea la política latinoamericana. Mientras AMLO encarnaba el arquetipo del «padre protector» (con su retórica populista y su emblema anticorrupción), ella apuesta por un liderazgo racional, casi burocrático. Aunque el estilo técnico de Sheinbaum puede parecer desconectado del fervor que caracteriza la política mexicana, es importante reconocer que su estrategia basada en el diálogo institucional podría contribuir a la estabilidad y modernización del manejo diplomático, elementos que también resultan esenciales en momentos de crisis. El sociólogo Néstor García Canclini advirtió que las sociedades neoliberales hibridan lo tradicional y lo moderno, pero aquí la tensión es palpable: la élite urbana celebra su mesura, mientras las bases rurales de la 4T añoran gestos de «rebeldía épica».

Soberanía y performatividad: ¿Diplomacia o traición simbólica?

Los aranceles no solo dañan la economía: profanan el símbolo de la soberanía, un núcleo duro de la identidad nacional. Sheinbaum, al priorizar el T-MEC sobre la confrontación, podría estar cometiendo un error en la economía simbólica de la política. Como explica Pierre Bourdieu, los actos políticos son performativos: su valor no está en lo que hacen, sino en lo que significan. Al evitar el lenguaje de la resistencia —bandera de la 4T—, su gobierno arriesga ser leído como cómplice de una humillación histórica. Incluso si logra acuerdos técnicos, el costo podría ser la erosión de su mito fundacional: la transformación moral de México.

¿Puede la techné gobernar el thymos?

El desafío de Sheinbaum es de orden casi antropológico: gobernar en un país donde la política se vive como una épica, no como una ingeniería. Su apuesta por la diplomacia es racional, pero en México —donde hasta el neoliberalismo se vendió con rancheras y colores tricolores—, la razón sin símbolos es un discurso mudo. Si quiere evitar el desgaste, deberá complementar su estrategia con gestos que resuenen en el imaginario colectivo. Por eso, este domingo fungió como una especie de protesta frente a los valores norteamericanos. Porque en el altar de la soberanía, hasta los tecnócratas deben quemar incienso.

En definitiva, la presidenta se enfrenta no solo a la negociación de aranceles, sino a la compleja tarea de redefinir el significado de la soberanía en un México que vive intensamente sus símbolos. Si logra equilibrar su enfoque técnico con gestos que enciendan el imaginario colectivo, podrá cimentar un camino que combine la eficiencia diplomática con la resonancia emocional, asegurando así la legitimidad de su gestión en el largo plazo.

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