Por Alejandro Páez Varela
No es una exageración decir que las relaciones entre México y Estados Unidos siempre están en crisis, recuperándose de una crisis o encaminándose hacia una crisis. Esa es nuestra historia común en 249 años. Y en esta historia, constante pero no cíclica, aparecen los mismos personajes una y otra vez, del lado mexicano: los que desean en silencio un ataque a nuestra Nación porque ya calcularon su beneficio personal; los que colaboran directamente con los enemigos de nuestra Nación por beneficio personal pero además porque está en su naturaleza arrastrarse; y los que forman esa abrumadora mayoría que siempre está en resistencia.
Es curioso que la historia de Estados Unidos va en paralelo con la historia del capitalismo. Tanto nuestro vecino como ese sistema económico y de reordenamiento social cumplen 250 años justo ahora. Qué cosa. Hay muchas lecciones qué recoger pero planteo una primera: que el capitalismo, como Estados Unidos, es un desalmado impune, siempre al acecho y prácticamente inevitable.
Los mexicanos debemos lidiar con ambos. Y no todos los presidentes pueden con esa presión, que es constante pero no genera patrones. Por eso es que en 200 años de México independiente no hemos redactado aún el manual definitivo para tratar con un enemigo históricamente al acecho. El capitalismo y las élites dominantes en Washington sufren mutaciones constantes para adaptarse a nuevas circunstancias, y eso es parte de su éxito. Un día son una cosa y mañana amanecen vestidos de otra. Un día te abrazan y mañana, si eso sirve a sus intereses, te golpean. Porque de eso se trata siempre: de intereses, de ganancias, de lucro por encima de las relaciones humanas.
Los tiempos que estamos viviendo son el mejor ejemplo de lo anterior. Nadie podría advertir, hace 10 años, que el país que defendería el libre comercio y el multilateralismo sería China y que, al mismo tiempo, Estados Unidos sería el mayor enemigo de las organizaciones internacionales que ayudó a fundar, como las Naciones Unidas o la Organización Mundial de la Salud. Nadie pensaría, una década atrás, que Donald Trump estaría de acuerdo en bombardear el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional si no fuera porque hay una dependencia cruzada.
¿Qué desprendo de lo anterior? Que la Presidenta de México ha encontrado en la política de “cabeza fría” una manera de mantener tan estables como es posible las relaciones con un vecino cada vez más amenazante, inestable y demandante. Al mismo tiempo, Claudia Sheinbaum intenta alimentar un ideal poderoso que unifique incluso a las élites y que mantenga en alerta a la abrumadora mayoría que siempre está en resistencia con Estados Unidos.
Ese ideal, que busca cohesión interna ante los riesgos siempre inminentes, puede llamarse de muchas maneras. Es nacionalismo. Es en defensa de la Nación. Y todas las fuerzas, empezando con las que mueven el entorno de la Presidenta (el Congreso, Morena, los secretarios de Estado, los núcleos empresariales) deben estar listas para responder al primer llamado y de manera uniforme. La oposición político-electoral está básicamente derrotada. Los únicos focos de resistencia que puede encontrar una estrategia desde Palacio Nacional están dentro de sus propias paredes.
Es importante partir de la idea de que nuestro país está en resistencia permanente. La amenaza estadounidense es la misma, a veces menos y a veces más, desde hace doscientos años. Ellos nos ven como piñata y ensayan aquí estrategias que usan con otros países a los que subordinan. Para eso sí hay manual: desestabilizan, dan poder a los arrastrados dentro del mismo país y dan golpes, blandos o duros. Y se enfocan en nuestras debilidades. Las usan para doblegarnos.
¿Cuáles son nuestras mayores debilidades? “Nada le ha hecho tanto daño a México como la corrupción”, decía el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Todos coincidimos plenamente. Y hay distintas maneras de corrupción que se expresan a distintos niveles y con efectos visibles o no. La violencia que vive México por el empoderamiento del crimen organizado y por los narcos es consecuencia directa de la corrupción. Y este es el mayor ejemplo porque es, sin duda, el más peligroso de nuestros flancos abiertos. Washington utiliza esa debilidad (que el mismo Washington alimenta) para atacarnos por distintas vías y para mantenernos bajo constante amenaza de una intervención militar.
Por eso es que todos debemos entender, desde la Presidenta misma hasta el nuevo ciudadano que nació ayer, que no hay corruptos “tolerables”, que no hay “corruptos que son amigos”. Todos los corruptos operan contra México y todos los corruptos nos hacen vulnerables. Y no hay los “poquito corruptos” o “muy corruptos”: se es corrupto o no se es, y punto. A los corruptos no se les invita a cenar: son despreciables y deben sentirse perseguidos. Deben saber que si no se esconden, tarde o temprano caerán presos porque nos ponen bajo amenaza de una nación extranjera.
La intolerancia de los mexicanos a la corrupción debe ser cultural, y se debe alentar con estrategias de Estado. Estamos obligados a ganar la guerra cultural a los corruptos porque ponen en riesgo a la Nación. Los que toleran la corrupción son parte de ella porque la normalizan, porque muchos se convencen de que “convivir con corruptos no es tan malo”, como si no fueran los causantes de todas nuestras desgracias.
Ni tolerar la corrupción, ni convivir con ella. “Nada le ha hecho más daño a México que la corrupción”, decía López Obrador, y las personas de buena fe aplauden junto a los desvergonzados que dejan el PRIAN y se afilian felices a Morena o se incorporan a los gobiernos de la izquierda. No, no.
Obradorismo bastardo
Las relaciones entre México y Estados Unidos siempre están en crisis, recuperándose de una crisis o encaminándose hacia una crisis. Esa es nuestra historia en 249 años. Y los corruptos son, casi siempre, los que nos hacen vulnerables ante Estados Unidos, el vecino inestable, desalmado, explotador e incontenible que siempre está al acecho, esperando la oportunidad para hundirnos, para hacernos daño. Eso es lo que nos dicen siglos de historia común.
Por eso es importante entender que los corruptos que alimentan el crimen organizado de cuello blanco o de cuello negro nos ponen en manos de una potencia extranjera. Si entendemos eso, entonces podemos preguntarle a los gobiernos por qué los toleran; por qué el Estado no va por ellos y los encierra, en vez de dejarlos ser y, en el colmo, incorporarlos.
Morena ha encontrado una manera de aprovechar a lo más podrido de la política: los esconde a través del Partido Verde. Entonces los “verdes podridos” han desarrollado una especie de “obradorismo bastardo”, es decir: ellos se sienten hijos del obradorismo porque lo han acompañado en su etapa más exitosa pero al mismo tiempo aceptan que si quieren una pierna de jamón, deben tocar en la puerta de la cocina y comérsela en la baqueta. Y ellos son felices, que al final, el Partido Verde es un partido que se organiza entre el patio trasero y la alcantarilla de la banqueta. Pero, ¿y Morena? Deje usted la desvergüenza, ¿qué pasa con los valores mínimos que dieron su origen? ¿Qué pasa con la advertencia de López Obrador?
Todos los que se sienten obradoristas pueden caer en la trampa del “obradorismo bastardo”. Todos pueden en algún punto decirse obradoristas y al mismo tiempo tolerar a los corruptos. “Nada le ha hecho tanto daño a México como la corrupción”, decía el expresidente, y todos lo aceptaron mientras no se pusiera nombre y apellido a la corrupción. Todos lo aceptaron hasta que no los sometieron al reto de que ese corrupto es su amigo, o su compañero de partido, o su socio, o su enamorado, o su compadre. Entonces sí, la frase sale sobrando o se pone en espera o se manda a los mítines, con el puño izquierdo en alto.
Eso es el “obradorismo bastardo”: sentirse obradorista en redes sociales y actuar como cualquier hipócrita de derechas a la primera prueba; ser el más obradorista en Facebook o en X, pero si te tocan a tu político o funcionario podrido-favorito entonces gritas con furia: “¡No le hagan el juego a la derecha!”. Y la derecha, todos lo sabemos, se reduce a un puñado de bobos que se pelean en un callejón las sobras ideológicas de sus antepasados.
Marx, Engels y el destino
La frase es así: “No es una exageración decir que el capitalismo siempre está en crisis, recuperándose de una crisis o encaminándose hacia la siguiente”. Pertenece a John Cassidy en su libro Capitalismo y sus críticos (salió en estos días), una historia que inicia en la Revolución Industrial y que intenta desentrañar (oiga esto) las quejas contra el sistema capitalista durante 250 años. Qué proeza si logró resumirlo. El capitalismo y las denuncias contra el capitalismo nacieron el mismo día.
Jennifer Szalai reseña el libro en The New York Times retomando un episodio maravilloso de 1857. Había pánico financiero en Wall Street, y Karl Marx y Ernst Engel celebraba que el colapso del capitalismo era inminente. “La crisis estadounidense es HERMOSA”, escribió Marx. Engels le respondió igualmente festivo: “El ‘crac’ estadounidense es soberbio”.
El capitalismo sigue, Estados Unidos también. ¿Qué sucedió? Es parte de la historia del libro: que el Estado intervino, como suele hacerlo, evitando una desintegración del sistema capitalista que, en su brutalidad, en su falta sensibilidad, siempre dispone de recursos para rescatar a los más ricos y convencer a las mayorías que es por su propio bien. La historia de Ernesto Zedillo y el Fobaproa es bastante conocida para los mexicanos.
Estados Unidos es un desalmado impune, siempre al acecho y prácticamente inevitable. El capitalismo o su renombre, el neoliberalismo, son un mismo sistema poderoso con una especialidad en supervivencia. Está aunque se vaya; no se va pero aparenta como que lo hace.
La vecindad con esa nación abusiva marcó nuestro destino, que no tiene por qué ser trágico. Depende de nosotros que las amenazas no se materialicen. Yo diría: empecemos por rechazar a los corruptos y a los que apoyan a los corruptos. La única guerra que México debe emprender es una cultural y es contra la corrupción. Y yo creo que debería ser estrategia de Estado y por razones de seguridad nacional.
De otra manera tendremos siempre al vecino ambicioso y marrullero soplando en la nuca; pensando cómo nos quita el agua, las tierras, las riquezas, o simplemente ideando maneras de hacernos daño para debilitarnos y para tenernos en sus manos, otro siglo en sus manos. Ustedes decidan.
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