Por Homero Campa Butrón
“Los enajenados de los viernes”
El profesor de matemáticas Alibeit Kakes Cruz ha vivido en un edificio de 20 plantas enclavado en un costado del malecón de La Habana. Su departamento está en el sexto piso y su interior provoca la envidia de los visitantes: de pared a pared, de techo a piso, libreros de madera maciza resguardan obras preciadas de literatura… Y eso en La Habana es un lujo. Además, desde su ventanal se domina el Mar Caribe: unas veces inmóvil como espejo que refleja un límpido cielo surcado por silenciosas aves; otras embravecido que golpea con sus olas el malecón habanero.
A principios de los noventa, al caer la tarde de cada viernes, un puñado de bohemios recalaba en ese departamento: la abogada Charo, la trovadora Midiala, el actor Orestes, los periodistas Orlando y Homero, las sobrecargos Belkis y Elizabeth, la historiadora de arte Giselle y su novio Abel, la maestra de la vida Elvia… Todos eran recibidos con una sonrisa por el profesor Alibeit Kakes, a quien de cariño sus amigos le dicen desde siempre Moro.
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Ahí, en torno a una botella de ron casero, a veces a la luz de una vela, “los enajenados de los viernes” compartían sus cuitas, filosofaban sobre el amor y la vida, se desternillaban de risa ante alguna ocurrencia con humor habanero o sostenían acaloradas discusiones sobre el régimen de Fidel Castro y la grave situación económica de la isla: eran los años del llamado Periodo Especial cuando en Cuba escaseaban los bienes y servicios más básicos: la electricidad, el transporte, la ropa, los alimentos…
A veces, en medio de los debates, el Moro se levantaba de su asiento para tomar alguno de los libros que poblaban el salón y regresaba para leer la cita exacta que enriquecía el intercambio de ideas y pareceres: la muerte vista por Juan Rulfo en Pedro Páramo; los mitos y la posmodernidad abordada por Jorge Luis Borges en El Aleph; el linaje y las herencias de sangre plasmadas por William Faulkner en El ruido y la furia, por ejemplo.
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Ahí también –con la timidez del adolescente que entrega una carta de amor, pero con la confianza que se concede a los cómplices– alguno de los contertulios se animaba a leer sus escritos literarios.
A partir de las reuniones de “los enajenados de los viernes”, Alibeit Kakes, el Moro, escribió “Mildreda”, uno de los 16 cuentos que aparecen en Las sugestiones del límite, libro que –editado por la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC)– fue presentado el pasado 8 de abril en el recinto Aurora Morales de López, de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas de esa casa de estudios. Dos días después (el 10 de abril), el libro fue presentado en la infoteca León Felipe, Unidad Torreón, de la UAdeC.
De La Habana a Saltillo
De padre libanés, Alibeit Kakes nació en 1947 en Palma Soriano, ciudad del oriente de Cuba levantada a orillas del río Cauto, el más largo y el segundo más caudaloso de la isla.
Se mudó a La Habana en 1965 para estudiar la preparatoria en el Instituto Héroes de Yaguajay. Ducho con los números, se siguió de largo con ellos hasta obtener el doctorado en dos universidades: la de La Habana y la Humboldt de Berlín. Dos libros de texto del que es coautor son de consulta en la Facultad de Matemáticas de La Habana: Optimización continua y Teoría de grafos. (Ya en México fue a la postre coautor de dos libros más: Perspectivas de investigación e innovación en materia educativa y Algunas formas de generalización de conceptos en la matemática disciplinar y escolar).
Admirado por sus alumnos, respetado por sus colegas, tuvo entre sus estudiantes cubanos a Peteco, singular personaje de la cultura habanera vinculado a la plástica de los ochenta y noventa en la isla; a Nicolás Guillén, bisnieto del afamado poeta cubano del mismo nombre; y a Mirta Castro Smirnova, una rubia espectacular, divertida y malhablada, nieta del mismísimo Fidel Castro.
Llegó a Saltillo por primera vez en 2003 debido a un convenio de colaboración entre la Universidad de La Habana y la UAdeC. Su estancia de tres meses se repitió en 2007, 2008 y 2009. A partir de 2010 se incorporó de lleno en la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas donde imparte tres materias: Optimización Matemática a los alumnos de licenciatura en matemáticas, Análisis Vectorial a los estudiantes de ingeniería física y Didáctica en Matemáticas a los que cursan la maestría.
En 2012 uno de sus alumnos, Miguel Ángel Segura Ramírez, acudía regularmente a su cubículo debido a que le tocó hacer con él su trabajo social. “Aquel joven que de cuatro palabras que decía tres eran bastantes fuertes, se mostró como un lector de buena literatura. Y de conversaciones frecuentes sobre autores y títulos literarios surgió la idea de hacer una revista que tuviera como propósito promover la lectura entre los estudiantes. Propusimos el proyecto a la Dirección de la Facultad y ésta lo aprobó”, recuerda Moro en entrevista con El Coahuilense Noticias.
Así nació en ese 2012 El Gancho, una publicación bimestral sobre literatura realizada por alumnos y profesores de la Facultad de Físico Matemáticas de la UAdeC. El Moro es fundador y director, aunque –precisa– “en un inicio el proyecto estuvo respaldado por otros alumnos y profesores, entre ellos los maestros Simón Rodríguez Rodríguez y Jaime Torres Mendoza”.
Cada número de El Gancho es monotemático. El más reciente, por ejemplo, está dedicado a la literatura rusa, pero ha habido números dedicados a autores concretos o temas más amplios y su relación con la literatura: la familia, el placer, las ciencias, el cambio climático, las fobias, el racismo…
Entre las letras y los números
–¿De dónde vino tu pasión por la literatura? –se le pregunta a Moro.
–Los gustos pueden tener orígenes, las pasiones quizás no. Pero podría decir que con 15 años de edad la mamá de un amigo me prestó El lobo estepario, novela de Hermann Hesse, y la disfruté mucho. De ahí en adelante siempre me gustó leer “buena literatura”.
–Matemáticas y literatura parecen áreas totalmente ajenas una respecto de la otra. ¿Encuentras puntos en común entre ambas? ¿En dónde se cruzan los mundos de los números y de las letras? ¿Cómo se entreveran o cómo los entreveras tú?
–Voy a decir dos cosas al azar: ambas son disciplinas creativas y descansan en un lenguaje; y para el que no conoce las matemáticas las puede asociar con imágenes y metáforas.
Y Moro repasa obras que por sus títulos se relacionan con la matemática: La soledad de los números primos, de Paolo Giordano; El tío Petros y la conjetura de Golbach, de Apostolos Doxiadis; Cartas a una joven matemática, de Ian Stewart, y El asesinato del profesor de matemáticas, de Jordi Sierra.
Luego recuerda novelas cuyo contenido aborda de alguna forma esa relación entre las matemáticas y la literatura que para otros es impensable: Homo Faber, de Max Frish; Nuestra señora de París, de Víctor Hugo; El hombre sin atributos, de Robert Musil, y La vida de Henry Brulard, de Stendhal.
“Las sugestiones del límite”
Moro se afana en que sus libros de cuentos tengan unidad temática. Considera que En las sugestiones del límite esta unidad gira en torno de la frustración: sus personajes sufren de ella por lo que les pasa o les ha pasado sin que encuentren soluciones para superarla. Además, comenta que en este libro se preocupó más por el “cómo” narraba las historias y no tanto por el “qué” contaba.
En Las sugestiones del límite, Moro expone con pluma ágil y sutil varias de las contradicciones de la sociedad cubana. A veces le basta con sugerirlas para que el lector descubra las situaciones absurdas que viven sus personajes. Detrás del humor y la ironía se asoma una realidad dramática que marca la vida de los cubanos.
Algunos ejemplos:
En el cuento “Condecoración” un general de gloriosa carrera militar es llevado por sus nietos a un burdel dónde constata que las condecoraciones por sus hazañas poco le valen para su presente.
En el cuento “Las sugestiones del límite” (título que Moro toma para el libro), un profesor de matemáticas se enfrenta a la defenestración en su universidad debido a que el régimen le prohíbe utilizar en las fórmulas matemáticas la letra latina X y la letra griega alfa. ¿La razón?: ambas sirven de nombre a dos grupos opositores.
En “El Macario cubano” un niño describe con inocencia cómo sus padres solapan el “jineterismo” (prostitución) de su joven hija, quien recibe a un novio mexicano en el verano y un novio italiano en el invierno. Las cosas se complican para la familia cuando la chica resulta embarazada.
Y en “Lázaro de turno” Moro se adentra –a partir de unos manuscritos– en la biografía de un presidente devenido dictador de un país ficticio que en el paroxismo del poder secuestra la Historia de su patria y decreta: “El principio es hoy”. El dictador es derrocado y condenado a muerte, pero su fusilamiento no se concreta. Un plebiscito determina para el dictador –que siempre deseó ser “eje, foco y corazón de todo”– el peor de los castigos: ser dejado en libertad para luego ser ignorado. “A la semana Lázaro de Turno deambulaba espantado por la ciudad porque nadie reparaba en él”.
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