Por Ethel Arredondo
Comarca Lagunera.- En medio del calor que anuncia el pico de la temporada, Ignacio Soto García, productor del Ejido Nuevo Reynosa, municipio de Viesca asegura que no dejará la tierra ni el melón. “Los días que me queden que pueda sembrar, voy a seguir”, afirma sin titubeos, convencido de que esta actividad, con todo y sus altibajos, sigue siendo su vocación y su vida.
Ignacio cultiva actualmente seis hectáreas de melón, aunque explica que tiene otras parcelas en diferentes etapas de producción. Como muchos en la región, ha aprendido a diversificar sus siembras y a adaptarse a los cambios bruscos del mercado. “A mí sí me ha ido bien este año. Empecé a cosechar desde abril, el día 20, y gracias a Dios todavía estoy sacando producto. Ya no las mismas cantidades, pero sigo sacando”, relata.
Suben y bajan los precios: una constante
El mercado del melón es volátil. Ignacio lo sabe por experiencia. “Empezamos en abril y los precios andaban caros, hasta en 15 o 16 pesos el kilo. Pero luego bajaron. En Semana Santa fue lo más drástico, se fueron hasta en 5 pesos”, recuerda. Después de ese bajón, los precios comenzaron a recuperarse paulatinamente hasta estabilizarse entre los 8 y 12 pesos por kilo.
El factor clave, dice, es la oferta y la demanda: “Si hay mucho melón, el precio se baja. Si hay poco, sube. Ahorita es el pico más alto, hay bastante melón. Pero en unos 15 días se empieza a descargar y eso hará que los precios se eleven otra vez”.
Sembrar melón no es barato. “Desde la siembra hasta la cosecha, una hectárea se lleva unos 100 mil pesos”, detalla. Ese monto incluye fertilizantes, mano de obra, semilla y todos los insumos necesarios para garantizar una buena calidad. “Primero hay que escoger buenas semillas, luego cuidar bien la planta con todo lo que necesita: nitrógeno, fósforo, potasio y elementos menores. Si se le da lo que requiere, sale un melón de excelente calidad”.
Pero el cuidado no sólo es nutricional. Las condiciones del suelo, la sanidad de la planta y el clima juegan un papel fundamental. “A nosotros no nos benefician las lluvias en esta temporada. Si llueve, se vienen plagas y enfermedades. Aunque si se trata de una siembra temporal, como la sandía, ahí sí conviene que llueva”, matiza.
Riego y temporalidad: dos realidades
En la Comarca Lagunera, hay quienes riegan con agua de pozo y quienes dependen del sistema de riego con agua de canal. Ignacio está en ambos frentes. “Ahorita lo que está saliendo es lo que se siembra con pozos, con norias. Lo que viene más adelante es lo que se siembra con el río, pero ahí ya es mucho menos superficie”, explica.
Esta diferencia impacta directamente en la oferta de producto y, por ende, en el precio de venta. “A los que van a salir con melón en esa siguiente etapa, seguramente les va a ir bien. Porque como hay menos, el precio tiene que subir”.
Uno de los mayores problemas que enfrenta Ignacio —y prácticamente todos los productores— es la figura del intermediario o “coyote”, que regula de manera informal y muchas veces injusta el precio del producto. “Ellos se organizan, se juntan y acuerdan cuánto van a pagar. Nosotros no podemos hacer eso porque somos muchos, y no todos pensamos igual”.
La falta de organización entre los propios agricultores ha impedido que se establezca una estructura justa de comercialización. “Hemos hecho huelgas, tirado melones, pero al final volvemos a lo mismo. No todos se suman y así es difícil”, lamenta.
A pesar de que se ha hablado de impulsar legislaciones para impedir que el producto se pague tan barato, Ignacio no ve avances concretos. “Se ha luchado por eso, pero no se ha llevado a cabo nada. Ojalá que algún día sí”.
Una actividad con alma
Aunque las condiciones son duras y las ganancias inestables, para Ignacio sembrar melón no es solo una fuente de ingreso, es una forma de vida. “Esto es lo que me gusta hacer y lo que sé hacer”, repite con orgullo.
Desde el Ejido Nuevo Reynosa, Ignacio Soto representa a miles de hombres y mujeres que cada año apuestan por la tierra, confiando en que la próxima cosecha será mejor. Porque, aunque los precios bajen, aunque haya coyotes o plagas, el compromiso con el campo no se cosecha, se hereda. Y él lo tiene claro: “Seguiré sembrando melón hasta que me muera”.
“El campo está desprotegido, pero seguimos sembrando”
Jesús Zárate Martínez, productor de Matamoros, no sólo siembra melón: también siembra conocimiento, crítica y resistencia. Desde el ejido Sacrificio, en Matamoros, Coahuila, este ingeniero agrónomo egresado de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro decidió, hace casi 25 años, dejar su trabajo en el gobierno y regresar a su tierra natal. ¿Su propósito? Aplicar lo aprendido para hacer producir el campo lagunero. “Un país próspero lo primero que debe fortalecer es el campo, y este gobierno no lo está haciendo”, sentencia.
Desde 2001 cultiva con su propio capital unas 10 hectáreas al año, asumiendo los riesgos de una actividad cada vez más exigente y costosa. “Nosotros vamos con los ojos cerrados, arriesgando nuestro propio capital. No tenemos precio de garantía ni certeza de lo que ganaremos”, explica. A diferencia de otros sectores productivos como el lechero, donde existe un precio base, en el melón la variación es diaria. “Ayer nos pagaban 4 pesos, hoy 7. Y a veces ni recuperamos los dos pesos que cuesta producir cada pieza”.
La temporada actual ha estado marcada por la inestabilidad climática: fríos tardíos, heladas y sequía. Estos factores redujeron la producción y elevaron los costos. “Yo estaba sacando dos toneladas y media cada tercer día, pero si me atraso en cortar, el fruto se pasa, y eso también cuesta. Los agroquímicos están carísimos y las plagas como la araña roja y el pulgón se aprovechan del polvo y la falta de humedad”.
Además de producir, Zárate da empleo constante a cuatro peones desde diciembre, más diez personas en temporada de corte. “Nosotros damos sustento a familias del rancho, activamos el comercio en Matamoros, movemos transportistas y hacemos que todos los días salgan camiones llenos de melón para el centro y norte del país”.
Como otros productores, Jesús también denuncia el papel de los intermediarios. “Los bodegueros bajan el precio por cualquier pretexto. El 10 de mayo, por ejemplo, fue excusa suficiente para pagar menos, aunque en tiendas los melones siguen caros. Eso es coyotaje”.
Pero Zárate va más allá: reconoce que la desorganización interna del gremio ha sido un obstáculo constante. “El 80% de quienes siembran vienen desde abajo, son trabajadores que no conocen lo que es estar organizados. Hemos intentado formar cooperativas, pero duran tres o cuatro meses y se desintegran”.
Esta falta de estructura impide acceder a mercados formales. “Tiendas como Walmart, HEB o Soriana sí quieren nuestro producto, pero piden factura, empaque, calidad uniforme. Y sin organización, eso no se puede garantizar. Entonces llegan otros que sí cumplen y se llevan los contratos”.
Siembra, empleo y futuro
Jesús Zárate es también testigo del impacto económico que tiene la agricultura en su región. “El centro de Matamoros se llena de dinero en temporada alta. Abril, mayo y junio son meses clave. Después baja el comercio”. En su caso, explica que debe administrar con cuidado las ganancias, reinvertir en insumos y procurar bienes que sirvan como respaldo en tiempos difíciles. “El que siembra aprende a planear. Si te va bien, guardas. Porque el año que entra, puedes quedar en ceros otra vez”.
Actualmente, los costos de producción por hectárea van de los 70 a los 100 mil pesos. “Y nosotros solos los invertimos, porque del gobierno no hay apoyos. Nos dicen que sacan a la gente de la pobreza con pensiones de 3 mil pesos al mes, pero eso no alcanza ni para una semana. Mientras tanto, los agroinsumos suben y no hay incentivos productivos reales”.
Un ciclo que sostiene a muchos
El productor de Sacrificio reconoce que la agricultura lagunera tiene un alcance nacional. “Desde aquí mandamos melones a Juárez, Chihuahua, Guadalajara, Celaya, San Luis Potosí, incluso a la Ciudad de México. También competimos con otros estados como Guerrero. El problema es que nosotros generamos economía, empleos e impuestos… pero el gobierno federal no nos ve como un sector estratégico”.
Zárate también describe el calendario agrícola que sostiene la región: Sacrificio produce temprano (abril-junio); luego vienen San Pedro, Chávez, Tlahualilo y Parras. Después, entre julio y septiembre, inician los llamados melones tardíos, que ayudan a mantener el abasto hasta noviembre.
A diferencia de muchos, Jesús Zárate combina su experiencia de vida con una formación técnica. Pero también con una visión crítica del entorno. “Somos un país que produce alimento, y el campo debería estar en el centro de cualquier estrategia de desarrollo. Pero hoy estamos abandonados”.
Aun así, él sigue sembrando, enseñando y sosteniendo. No con romanticismo, sino con esfuerzo, ciencia y números claros. Porque como él mismo afirma: “Aquí seguimos, sin saber si vamos a ganar o perder, pero sembrando. Porque es lo que sabemos hacer. Y porque si nosotros no sembramos, ¿quién va a alimentar a este país?”
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