Por Hiroshi Takahashi
Uno de los sectores que menos atención han recibido en el tema de desvío de recursos de procedencia ilícita y de posible lavado de dinero, son aquellos que tienen regímenes blandos, como son las cooperativas, los comisariados ejidales y comunales y los sindicatos de trabajadores. Este último régimen es uno de los más soft que tiene la legislación fiscal mexicana. Los sindicatos no pagan ISR, el IVA lo pagan pero no lo acreditan y además, no son auditables, aunque tienen cierta obligación de transparencia que supuestamente deben vigilar la Secretaría del Trabajo, que encabeza Marath Bolaños, y el Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral (CFCRL), a cargo de Alfredo Domínguez Marrufo, pero que nadie sabe si de verdad se cumple porque hasta ahora parece que este centro tiene a sus consentidos.
Lo mismo está sucediendo con el grupo de Pablo Solorio, quien se supone que estaba en la embajada de Estados Unidos en México, junto con otros colegas sindicalistas, asegurándose de que los sindicatos mexicanos que trabajan para las empresas de Estados Unidos establecidas en el país cumplen con los criterios del capítulo laboral del T-MEC, que promovió Donald Trump en 2018 y entró en vigor en el 2020.
Lo que sucede es que tanto a Domínguez Marrufo como a Pablo Solorio se los han chamaqueado algunos líderes sindicales que se presentan como dirigentes del “nuevo sindicalismo”, pero que son tan charros como sus antecesores o, más bien, neo-charros con aspecto de empresarios wannabe, pues se visten muy bien, manejan buenos coches, tienen buenos relojes, sus oficinas están en Polanco y toman a las organizaciones sindicales como feudo personal.
Es el caso de Alejandro Martínez Araiza, líder del Sindicato Nacional Alimenticio y del Comercio (SNAC), quien se presenta a sí mismo como representante del “nuevo sindicalismo” que otorga, dice, “beneficios” a los trabajadores, como consulta médica, seguro de gastos médicos, funerales gratuitos y aplicaciones tecnológicas que recuerdan claramente a las que ofrecían y ofrecen, las empresas factureras.
El asunto es más o menos fácil. Con un grupo de trabajadores que ronda las 20 mil personas, negociar descuentos y boletos para el cine es muy sencillo, todo lo que el SNAC ofrece es producto de contar con una lista cautiva de potenciales consumidores con empresas que dan descuentos porque buscan posicionarse entre comunidades amplias, o bien, que es cobrado a los trabajadores por fuera (como es el uso del teléfono) y cuyo rastro se hace casi imposible de seguir porque son cobros pequeños pero multiplicados por 20 mil hacen cantidades respetables, cuentas que presuntamente nunca se muestran claramente a los agremiados. Es tan simple como preguntarle a un trabajador cuándo le han mostrado los números.
Este tipo de liderazgos son algunos de los que hoy tiene en la mira el gobierno de Donald Trump, porque se han dado cuenta de que se perdió el objetivo de que los sindicatos de empresas americanas realmente sean encabezados por líderes que representen a los trabajadores y no se sirvan de ellos para gastarse sus recursos.
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