Por Andrés Flores & Daniel Cárdenas // CEDIL
Coahuila ostenta una realidad desoladora: es el segundo estado del país en abandono escolar en el nivel medio superior. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) para 2024 son contundentes: 13.1% de nuestros jóvenes ha desertado de la preparatoria, una cifra que supera con creces la media nacional de 10.8%. Eso no es sólo una estadística; es el eco de una juventud coahuilense que, en volumen alarmante, está siendo expulsada del sistema educativo.
Mientras la cobertura de educación media superior en Coahuila apenas alcanza 70.1% para el grupo de edad de 15 a 17 años, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI revela otro dato preocupante: en el cuarto trimestre del año pasado, 71 mil 611 jóvenes de 15 a 19 años ya estaban insertos en el mercado laboral, lo que representa un significativo 24.9% de esa población.
¿Qué implica esto? Una de cada cuatro personas jóvenes en Coahuila trabaja, y la mayoría lo hace en condiciones de precariedad.
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Además hay un 29.9% de la población que no está cursando la educación media superior, entonces, ¿cuáles son sus condiciones de vida? ¿Qué circunstancias los llevan a abandonar sus estudios?
La encrucijada
El abandono escolar rara vez es producto de la “falta de ganas” o el desinterés. Es, en su mayoría, una decisión forzada por la cruda necesidad de supervivencia. Cuando los ingresos familiares no alcanzan, la escuela se convierte en un lujo inasumible. Muchos jóvenes no tienen otra opción que salir a buscar empleo, pero lo que encuentran afuera no es una oportunidad digna, sino un mercado laboral saturado de informalidad, subempleo y, lamentablemente, economías ilegales. Es ahí donde la explotación se disfraza de oportunidad: salarios miserables, jornadas interminables y riesgos constantes se vuelven la norma.
La falta de apoyo familiar es otro de los factores que influyen para que un estudiante abandone la escuela. La ausencia de motivación, las dificultades en el aprendizaje o problemas psicológicos son condiciones que requieren de apoyo familiar e institucional. Muchos de los jóvenes se ven obligados a crecer rápido y a ser figura de apoyo en lugar de ser apoyados.
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Las cifras de abandono escolar no son sólo eso, son estudiantes cuyas necesidades o condiciones los empujaron a buscar otro camino. Sin acceso a salud mental, espacios seguros y sin redes de apoyo; con problemas que no tienen nombre porque nadie se los enseñó, y con un cansancio crónico por sobrevivir ante contextos que el sistema abandonó.
El Estado, el sistema educativo y las familias tendrían que ser un factor protector y de acompañamiento para que los jóvenes coahuilenses puedan continuar sus estudios. El abandono escolar no es sólo un problema educativo: es social, económico, político. Y, sobre todo, es una deuda.
Dejar fuera de la escuela a un joven es condenarlo a seguir su camino con los ojos vendados. Coahuila necesita mejorar las condiciones de transporte, apoyo alimenticio, escuelas que brinden apoyo y acompañamiento psicológico, y condiciones reales para que estudiar no sea un lujo.
Consecuencias fuera de estadística
Cuando un joven abandona la preparatoria la pérdida va mucho más allá de las aulas. Se desconecta de una de las redes de apoyo más cruciales que podrían pavimentar su camino hacia una vida más estable.
Sin estudios, las posibilidades de acceder a un empleo digno se reducen drásticamente incrementando exponencialmente el riesgo de caer en la pobreza o, peor aún, en redes de explotación. Esto, a su vez, genera una mayor vulnerabilidad social para todos los habitantes de Coahuila.
Por otro lado, el abandono escolar a nivel media superior refleja también un posible impacto generacional, pues es el grado académico con mayor concentración de abandono, eso indica que una generación específica de jóvenes hoy está creciendo con menos herramientas y posibilidades, a su vez que incrementarán los obstáculos en sus vidas. ¿Qué pasará con estos jóvenes en el futuro?
El abandono escolar arrastra, a la vez, otra consecuencia silenciosa: la de la salud mental. La frustración de no poder continuar, la ansiedad de tener que lidiar con situaciones difíciles desde muy joven, la sensación de que el sistema está diseñado para excluir en lugar de acompañar; todos estos factores van gastando poco a poco la esperanza. Se normaliza el sobrevivir en lugar de vivir.
Según el Informe de Movilidad Social en México 2025 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), la desigualdad de oportunidades explica al menos 48% de la desigualdad de ingresos en México. Eso significa que casi la mitad de las disparidades económicas en el país no se deben al esfuerzo individual, sino a factores sobre los que las personas no tienen control, como el hogar de origen, la educación de los padres, o incluso el tono de piel.
Esta “lotería de nacimiento”, como la describe el informe, determina las opciones de logro en la vida de las personas dejándoles poco margen para trazar su propio destino.
La República mexicana muestra una marcada heterogeneidad en esta desigualdad de oportunidades. Mientras que la región norte se sitúa en niveles de desigualdad de oportunidades similares a los de países con menores disparidades (39%), el sur del país presenta una proporción mucho mayor (al menos de 57%). Eso subraya que, aunque Coahuila pueda estar en una situación relativamente mejor que otras regiones, las condiciones estructurales de origen siguen siendo un lastre significativo para la movilidad social en el país, y el abandono escolar es un claro síntoma de esta persistencia de la desigualdad.
La deserción no es un simple indicador educativo. Es un síntoma de un sistema que sigue expulsando a quienes no se adaptan a su lógica de competencia. Mientras haya jóvenes que dejen la escuela por necesidad, por falta de recursos, por contextos familiares adversos o simplemente por no sentirse parte, lo que se está abandonando no es la matrícula, es el futuro de Coahuila.
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