Comarca de Letras | La vibración del silencio: mi encuentro con los cuencos tibetanos

julio 24, 2025
minutos de lectura

Por Brenda Macías

No soy una persona particularmente mística. Sin embargo, cuando mi amiga Lucía Carrillo me ofreció participar en una sesión de cuencos tibetanos, acepté movida por la curiosidad y el deseo de regalarle a mi cuerpo un instante de descanso sin pantallas, sin voces, sin tareas pendientes, pese a que mi cabeza, hoy por hoy, es una cascada de estrés. 

Lo que encontré fue mucho más que un descanso: fue una vibración interna aunque no vi luces ni me creí un glóbulo rojo viajando por mis venas y arterias con la capacidad para destruir células enloquecidas.

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Los cuencos tibetanos son instrumentos ancestrales utilizados en prácticas de meditación, sanación y conexión espiritual. Se les conoce también como cuencos cantores, y su sonido es tan hipnótico como envolvente. Tienen origen en la región del Himalaya, especialmente en zonas de Tíbet, Nepal, India y Bután, donde se han utilizado durante siglos en rituales budistas y tradiciones chamánicas. Hoy su uso ha trascendido las fronteras geográficas y religiosas, y muchas personas los incorporan en sesiones terapéuticas o de relajación profunda.

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El objetivo principal de los cuencos tibetanos es armonizar. No buscan “curar” en un sentido médico, sino restablecer un equilibrio vibracional. Cada sonido producido por el cuenco –que puede variar según su tamaño, material y forma– genera una frecuencia capaz de afectar nuestro cuerpo y mente. No es casualidad que quienes los han escuchado hablen de sensación de paz, de desbloqueo emocional o de una especie de trance consciente. El sonido, que en realidad es una vibración, viaja a través del cuerpo como el agua cuando tocas su superficie: suave, pero penetrante.

Durante la sesión sentí que los cuencos tocaban zonas de mi cuerpo que yo no podía nombrar: rincones, pequeños conductos, arterías, venas, nervios. Algunas vibraciones parecían alojarse en el pecho, otras en la base de la columna, algunas incluso en la frente. Los expertos explican que esto se debe a que los cuencos activan puntos energéticos –conocidos en muchas tradiciones como chakras– y que sus sonidos ayudan a desbloquear o reequilibrar estas zonas. ¿Es esto ciencia? ¿Es energía? ¿Es sugestión? No lo sé. Pero lo cierto es que me sentí distinta.

Los cuencos tibetanos están hechos, tradicionalmente, de una aleación de siete metales: oro, plata, mercurio, cobre, hierro, estaño y plomo. Cada metal representa un planeta y, en ciertas tradiciones, una energía particular. Esta combinación busca crear un equilibrio entre elementos, lo que explica que su sonido tenga una riqueza armónica tan peculiar. Al golpearlos o frotarlos con una baqueta, los cuencos no sólo emiten un tono, sino un conjunto de sonidos superpuestos, como si una orquesta diminuta tocara desde dentro del metal.

No cualquiera puede “tocar” los cuencos en el sentido ritual. Se requiere preparación, conocimiento y, sobre todo, una disposición interior. No se trata sólo de percutir metal, sino de entrar en sintonía con él. Algunas sesiones incorporan mantras, como el conocido Om Mani Padme Hum, que se entona para conectar con la compasión universal. Estos mantras, cuando se combinan con los sonidos de los cuencos, pueden intensificar la experiencia meditativa y energética.

¿Activan los cuencos tibetanos la energía? Desde mi vivencia, diría que sí. No sé si es energía en términos eléctricos, místicos o emocionales, pero algo se despierta. Salí de la sesión con los ojos más abiertos, pero también más suaves. Como si en lugar de apretar la vida, pudiera observarla. Como si pudiera escuchar lo que ocurre dentro de mí, y no sólo lo que suena afuera. A veces, el silencio no se logra callando, sino escuchando lo que vibra más allá del ruido.

La experiencia con los cuencos tibetanos me recordó que el cuerpo es un territorio por explorar, y que hay otras formas de conocimiento más allá del lenguaje. En un mundo saturado de datos, de explicaciones y de prisas, regalarse unos minutos de vibración profunda puede ser un acto de cuidado radical. No sé si los cuencos tienen magia, pero sí sé que hay algo profundamente transformador en entregarse a su sonido. Y en estos tiempos, eso ya es bastante milagro.

MÁS DEL AUTOR:

Brenda Macías

La Dra. Brenda Macías, arquitecta de palabras y exploradora incansable del conocimiento, es Candidata a investigadora nacional del CONAHCYT y Jefa del Departamento de Difusión del CIEG de la UNAM. Brenda no solo navega por los mares de la academia con destreza, sino que también se sumerge en los abismos de las ideas para sacar a la superficie reflexiones que iluminan y transforman. En cada texto de esta Comarca de Letras, Brenda teje puentes entre el rigor académico y la magia de la escritura, invitándonos a un viaje único por los paisajes de la mente y el corazón.

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