Por Álvaro Delgado Gómez
La fotografía cumple un año y es reveladora: Xóchitl Gálvez, la candidata presidencial de PAN, PRI y del extinto PRD, está rodeada de intelectuales que, por primera vez, asumen de manera abierta y gozosa su condición de propagandistas de la derecha.
Muy sonriente aparece Héctor Aguilar Camín, el director de la revista Nexos que, ese mismo día, confiesa el móvil vulgar de la adhesión: La exigencia a Gálvez de que retornen a la comunidad cultural los “apapachos”, eufemismo de la millonaria ubre estatal de la que mamaron décadas.
Aunque no aparece en la fotografía, quizá por vergüenza, ahí estuvo presente Enrique Krauze, director de la revista Letras Libres, el otro de los capos culturales de México, como les llama Roger Bartra, el animador entusiasta de esa convergencia y de la unión de toda la oposición, desde 2021, junto con el magnate Claudio X. González.
La reunión fue el lunes 20 de mayo de 2024, en el Palacio de Minería de la UNAM, y ha sido el único acto de honestidad de ese grupo que ha hecho de la manipulación, la falsificación de la realidad y el odio su manera de ser: Se convirtieron públicamente en propagandistas del PRI y del PAN, y de una candidata presidencial que ellos mismos sabían que era un fiasco garantizado, pero disfrazaron de “fenómeno”.
No es fortuito que el primer aniversario de la fotografía de los intelectuales y políticos con Xóchitl Gálvez coincida con la defensa de Krauze a Ernesto Zedillo, a quien eleva a prócer de la patria de la estatura de Benito Juárez y Francisco I. Madero, pero también le arrebata el lugar a Claudia Sheinbaum para colocarlo a él como “el verdadero hijo del 68”.
Es la peor desmesura de Krauze que, entre tantas, afirmó que Porfirio Díaz no fue corrupto, que comparó a Enrique Alfaro con Mariano Otero y que dijo que Latinus es ahora lo que Proceso fue, equiparando a Julio Scherer García con el corruptazo Roberto Madrazo Pintado. Krauze es emblema del intelectual mexicano, aunque sea también súbdito del rey de los españoles.
Ahora que estos intelectuales han mandado al basurero a Xóchitl Gálvez, luego de su aplastante derrota, no está mal que reivindiquen a Zedillo y su legado y que lo usen como ariete contra Sheinbaum, su Gobierno y contra su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, pero que ya no mientan por sistema. Ojalá entiendan por fin que si lo hacen van a seguir fracasando.
Krauze, en particular, ha sido un falsificador de la historia. El mejor ejemplo es el Gobierno de Zedillo. No es sorpresa lo que escribió en Reforma el domingo 11, porque hace 15 años, en 2010, fue un meloso historiador de ese sexenio en el libro Historia de México:
“Si bien arrancó su gestión con una crisis económica de enormes proporciones [y de cuya responsabilidad hay versiones encontradas], Zedillo no tuvo empacho en afianzar y dar independencia total al naciente Instituto Federal Electoral [IFE], lo cual condujo, en las elecciones intermedias de 1997, a dos hechos que comenzaron a cambiar, en los resultados, el mapa político de México: Por primera vez en su larga historia, el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y, por primera vez también, el Gobierno del Distrito Federal pasó a manos de la oposición, en este caso la representada por Cuauhtémoc Cárdenas. Era la señal inequívoca de que el país estaba enfilándose hacia una exitosa, pacífica y ordenada transición democrática. Zedillo completó la reforma con una reintegración completa del Poder Judicial. El espíritu político de México comenzaba a parecerse a la letra de la Constitución, y a ser, en efecto, una república representativa, democrática y federal, no una simulación de todos esos atributos”.
Para Krauze no existió el saqueo del Fobaproa ni las matanzas de Acteal, Aguas Blancas, El Charco, El Bosque y otras, como tampoco luego el reparto del IFE por el PRIAN ni el fraude de 2006 ni la violencia de Felipe Calderón, que justifica por emprender “una guerra necesaria”.
Es derecho de Krauze y de todos los que aparecen en la fotografía de hace un año creer en lo que quieran y combatir a quienes aborrezcan y odien, pero que ya no mientan. Aunque, como Solzhenitsyn, no creo, realmente, que dejen de mentir:
“Sabemos que nos mienten. Ellos saben que mienten. Ellos saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten. Y, sin embargo, siguen mintiendo”.
Y, sí, hundiéndose…
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