Sistema Telesecundaria: falta todo, sobran las ganas

mayo 8, 2025
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Por Valeria Cämun

Las distancias son kilométricas, los caminos sinuosos y las veredas peligrosas, pero la promesa es grande: estudiar para ser alguien en la vida. 

Así de impreciso, así de utópico.

Diariamente, miles de adolescentes de comunidades rurales, de entre 12 y 15 años, abordan un transporte escolar que hace dos horas de recorrido, o se suben a un caballo, a una moto o a una bicicleta sorteando piedras y espinas, o caminan más de 40 minutos bajo el sol, contra el viento frío, la lluvia, la tierra y el hambre, para acudir a una telesecundaria, con la creencia de que el estudio los sacará de ahí, y que al convertirse en doctores, abogados e ingenieros, les darán a sus familias una vida mejor. 

¿Está la realidad laboral para cumplir sus sueños? 

Coahuila tiene 852 ejidos y comunidades agrarias. Ahí se encuentran alrededor de 105 planteles del Sistema Educativo de Telesecundaria, que atiende a cuatro mil 241 alumnos que reciben clases impartidas por unos 260 maestros, con el fin de favorecer la continuidad de sus estudios y tratar de evitar la deserción escolar por falta de espacios cercanos.  

La telesecundaria es un modelo de enseñanza que, en teoría, combina la educación a distancia con la presencial. Fue creado en 1968 para abatir el rezago educativo de las zonas rurales del país.

En un inicio, el modelo pedagógico de la Telesecundaria consistía en un programa de televisión de 15 minutos de lección y un solo docente –para disminuir los costos y dificultades del traslado– que orientara las actividades contenidas en los libros de texto. 

“La producción de los programas está a cargo de un medio de comunicación de servicio público: Televisión Educativa, y la señal llega prácticamente a todo el país a través de la Red Edusat”, se lee en el sitio del gobierno de México, pero basta visitar una escuela para comprobar que la afirmación está muy alejada de la realidad.

Las televisiones están apagadas o ya no existen, y los avances tecnológicos disponibles en la ciudad no alcanzan a llegar hasta allá, en donde los alumnos tienen que acarrear el agua en cubetas cada vez que utilizan el sanitario.

Y mientras el internet le facilita la vida a muchos con las preinscripciones en línea, para los habitantes de los ejidos se complica al no tener acceso a él. 

William tiene 15 años, es alumno del tercer grado de la Telesecundaria “Rafael Ramírez Castañeda”, ubicada en Higueras, ejido de Ramos Arizpe. Quiere estudiar “Derechos” porque hay cosas que le parecen injustas y quiere arreglarlas para que todo sea legal.

“Mi familia es la que me impulsa a estudiar, porque han hecho muchas cosas por mí y tengo que darles orgullo”, expresa.

Todos los chicos se enfrentan a un panorama complicado, asegura Verónica Romero, maestra de la Telesecundaria “Carmen Josefina Valdés Cepeda” del ejido La Biznaga. 

“Son condiciones demasiado precarias. En ocasiones nada más tienen su cocinita y un cuartito para vivir toda la familia”, expresa. “Quieren salir adelante, quieren una vida diferente, tienen metas, y algunos las cumplen y las logran, pero otros se quedan en el camino”.

Esta Telesecundaria tiene 70 alumnos inscritos en los tres grados, y muchas carencias significativas, como la falta de internet, computadoras y material didáctico. 

Juana Cepeda, maestra de segundo grado, explica que la señal vía satélite que antes llegaba a las telesecundarias, ya no existe, y que aunque en algún momento se pensó que las computadoras y la tecnología sustituirían las arcaicas televisiones, aún no ha sucedido. 

“Tenemos tiempo sin señal de internet, antes teníamos México Conectado pero, dos años antes de la pandemia, ya no contamos con él, y eso hace que se dificulte la labor”, explica. “Los chicos aprenden con lo que ven en la biblioteca, con lo que tenemos al alcance, a veces los maestros también traemos bibliografía o fuentes que nosotros podemos conseguirles en la ciudad para compartirla con ellos”. 

Pero las carencias los sobrepasan: faltan cuadernos, libros, Resistol, colores; falta agua corriente, calefacción, computadoras; faltan canchas, un tablero de basquetbol, guitarras… Lo único que sobran son las ganas. 

“Entré para superarme, para conseguir mejor trabajo. Tengo 17 años. Quiero seguir estudiando después de que termine, me quiero meter de militar. Vivo en La Presa, está como a una hora, me vengo en el transporte o a veces en un caballo, hago una hora en el caballo. Quiero superarme para ser alguien de mi vida”, dice Evaristo, del sexto semestre del Telebachillerato Comunitario “La Biznaga”. 

Aquí ingresan los estudiantes que no tienen suficientes recursos para estudiar en San Antonio de las Alazanas, y los maestros tienen que hacer mucha labor de convencimiento para que no abandonen la escuela. 

Sueños de campo

“Mi familia me impulsa a seguir estudiando, pero más mi mamá, porque mi mamá no puede caminar porque tuvimos un accidente, y yo quiero sacar su situación adelante, quiero estudiar médico forense o licenciada en Derecho; el estudio es importante porque si no estudias, no puedes ser alguien, eres una persona simple y no destacas al cien tu persona”, dice María José, del tercer grado de la Telesecundaria “Rafael Ramírez Castañeda”. 

A esta escuela llegan adolescentes de la Colonia Fidel Velázquez, Villas de Santa María, del ejido El Mesón, Exhacienda Santa María, San Gregorio, Ojo Caliente, Paso de Guadalupe, un ranchito que pertenece a García, Nuevo León, y hasta de las granjas Bachoco, de donde provienen alumnos de Guanajuato y Veracruz.

Es difícil no cuestionarse qué es lo que los motiva a levantarse todos los días antes del amanecer, tomar un transporte, el que sea, para llegar a una escuela a la que le faltan muchas cosas. 

Pero más difícil es ignorar sus respuestas. 

“Soy hijo único, a mis papás les gustaría que fuera doctor”, dice Christopher. 

“Mi familia me impulsa a seguir estudiando porque varios de mis familiares no alcanzaron a estudiar más y ahora veo cómo están batallando con el trabajo. No quiero que me pase a mí lo mismo y los quiero sacar adelante”, dice Cherlyn. 

“Sacar adelante a mi familia, quiero estudiar Medicina”, dice Katia.

“Quiero superarme y que mi familia esté orgullosa de mí, quiero ser alguien en la vida”, dice Marely. 

Sin embargo, el saturado mercado laboral y la precariedad salarial amenazan con destruir sus expectativas de vida: el pago promedio de un profesionista en México se encuentra entre los 10 mil y los 13 mil pesos mensuales; y aunque carreras como Medicina son de las mejores pagadas, con sueldos de 25 mil pesos, la competencia es tanta que muchos egresados terminan ejerciendo en consultorios de farmacia, en donde, en promedio, ganan ocho mil 500 pesos al mes. 

¿Cómo pagarles el esfuerzo diario con estos sueldos? 

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