Triple Equis: ¿Quién eres cuando no estás usando una plantilla, inspo o un filtro?

mayo 6, 2025
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EL COAHUILENSE

Por @arriagaxxximena

¿En qué momento cambiamos el “sé tú mismo” por “sé como todos, con filtro”?

Dicen que “a donde fueres, haz lo que vieres” o bueno ya no lo dicen, sólo das click para usar la misma plantilla de voz, de imágenes, de música o IA… Pero ¿y si al hacerlo estamos dejando de ser quienes realmente somos? 

Cada vez pareciera más que la necesidad de encajar y consumir se nos mete hasta la médula. Ya no opinamos diferente por miedo a ser funados, usamos hacks para la vida diaria, vacacionamos como dicta el algoritmo, cocinamos y bebemos lo recomendado en redes. Hasta el espíritu aventurero de probar se aletarga porque ya nos dicen a dónde ir y qué hacer. Creo que, sin notarlo, somos fans de la imitación.

La extravagancia, originalidad y autenticidad están en peligro de extinción. Hemos abrazado lo mainstream, lo neutro, lo “aceptable”. ¿Y el resultado? Un desfile de casas iguales, negocios con molduras clonadas, personas vestidas en el mismo tono Pantone, publicaciones casi gemelares, maquillajes dictados por TikTok, artesanías en serie, las tiendas con la misma merch, los reels con los mismos audios.

Todos queremos pertenecer. Deseamos ser vistos, pero en los términos ya validados; nos da pánico arriesgarnos.

Quien abuse del color beige, seguro le tiene un poco de miedo a la vida. Sí, los estilistas de moda dicen “lo neutro es elegante”, pero ¿dónde quedó el atrevimiento, la identidad, la esencia, ese toque de personalidad propio, nada practicado o producido, más espontáneo y diverso, que hace que el mundo no sea completamente aburrido?

Usamos con descaro y hasta con hartazgo frases y plantillas de redes sociales para conectar e integrarnos. Identificamos casi de inmediato “hacernos las vistimas”, “no acectar” o “llegaron las pipshas”. 

No soy conspiracionista (aunque de los incendios en Saltillo tengo mis reservas), pero ¿no será que estamos desapareciendo poco a poco como humanidad? No en un sentido literal, sino en uno más profundo. En lugar de individuos, nos estamos volviendo categorías, masas, algoritmos. Nos clonamos emocionalmente. Nos volvemos un chingo de likes elevando a alguien, en ocasiones sin analizar el contenido. A veces sólo nos guiamos por lo que vemos, la estética, los colores, los gatitos. Tragamos de todo sin digerirlo.

El hype de nuestras redes cada vez más alto, casi una profesión tratar de viralizarnos. Todo tiene que verse natural aunque sea producido, auténtico aunque sea editado. Tardamos más en tomar una selfie “casual” que en lavar los trastes. Una pose perfectamente practicada para verse espontánea y aesthetic.

Lo que empezó tal vez con ir creando una identidad propia, y salir de los grises de las oficinas, de las imágenes encuadradas totalmente, las poses forzadas o comunes para grabar un recuerdo en una foto, se descontroló y pasamos de lo riguroso a lo aceptado, de la impresión única a miles de imágenes digitales o caricaturizadas por inteligencia artificial; de probar y experimentar por nosotros mismos a seguir consejos e indicaciones de todos quienes te dicen cómo hacer cada cosa. ¿Dónde quedó lo que nos hacía únicos? ¿No te decía tu abuelita que eras especial? Entonces, ¿por qué chingados ahora todos queremos parecernos?

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La originalidad en estos tiempos parece tener duplicado. Ya no es única, pero no se dice copia, se dice “inspo”. Se nos agotaron las ideas, o se nos agotó el valor de defenderlas. No nos dimos cuenta que lo que todos hacen y muestran, es justo lo que hacemos y mostramos. Caminamos en la planicie del aburrimiento y el consumo, entre dupes, clones y réplicas.

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En el libro de La estetización del mundo, los autores sugieren que las personas en su camino en la búsqueda de la felicidad, adoptan la sensibilidad, la experiencia y la estética en los medios para encontrarla, en una especie de producción y consumo que ya no se rige tan sólo por la oferta y la demanda, sino por la seducción de los consumidores en la forma de vender, de mostrar y de sentirse parte de algo, cuando adquieren; en sobrepasar las necesidades y centrarse en una paz encontrada en el consumo y hasta en la colección. El capitalismo artístico se rige por la línea de la belleza, por la fama, por lo visto en las pasarelas, en los shows, por lo que te puede volver una gran masa iluminando y coreando un concierto. En las propias palabras de Lipovetsky y Serroy: “La reproducción del mundo a la medida de nuestros deseos es la felicidad paradójica del mejor de los mundos que puede ofrecer el capitalismo global que nos invade”.

Aspiramos probar esa vida de comodidades y estética, sentirnos parte del grupo que presume sus experiencias. Algunos lo logran y otros sólo a meses sin intereses. Y sí, puede parecer el mejor de los mundos…, pero también puede ser uno profundamente falso, masificado e incluso ajeno.

Eso de usar la misma plantilla para vivir… No sé, no me parece tan buena idea.

Tal vez aún hay tiempo de rebelarse. De hacer esa combinación arriesgada. De decir lo que piensas, sin miedo a los likes o las cancelaciones. De quedarte con los labios sin relleno, o sin barba si no quieres, de ponerte unas uñas bien locas o simplemente no hacértelas. De no comprar lo que está en tendencia o consumir lo que realmente te gusta. De dejar el soft glam, lo elegante, lo común…

Porque a veces, lo más valiente que puedes hacer es… no parecerte a nadie, sino ser tú mismo.

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