Detrás de los Datos | La pobreza del tiempo: el impacto no medido del crecimiento en Saltillo

junio 5, 2025
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EL COAHUILENSE

Por Gonzalo Villanueva Ibarra // CEDIL

El uso del tiempo es un aspecto esencial de la vida humana, ligado al bienestar y calidad de vida. En la sociedad actual, con su ritmo acelerado y múltiples exigencias, experimentamos una creciente sensación de que el tiempo es insuficiente para todas nuestras responsabilidades, ya sean laborales, familiares o de otro tipo. Este fenómeno, cada vez más frecuente en lugares como Saltillo, se conoce como “pobreza de tiempo” y se ha convertido en una preocupación importante.

Este concepto, lejos de ser una simple métrica cronológica, encapsula una compleja interacción de factores objetivos y subjetivos que impactan profundamente la vida de los individuos. 

La pobreza de tiempo se revela no sólo como una carencia individual, sino como un fenómeno moldeado y exacerbado por las características de los ambientes en los que vivimos, trabajamos y nos recreamos.

¿Qué es la pobreza de tiempo?

Rubén, profesionista, lleva más de una década utilizando la ruta Periférico para su traslado diario entre su casa y trabajo. Su jornada comienza temprano, alrededor de las 04:30 horas para poder salir y llegar a su trabajo a las 07:00 horas. Para abordar una de las 32 unidades que operan su ruta de transporte, Ruben debe caminar tres cuadras desde su hogar en la colonia Colinas de San Lorenzo. El trayecto hasta su trabajo, ubicado cerca de la rectoría de la UAdeC, implica recorrer aproximadamente 11 kilómetros a través de Saltillo. Por la tarde, poco después de las 15 horas, emprende el mismo recorrido de regreso a casa. En total, Rubén dedica cerca de tres horas diarias, de lunes a viernes, en sus desplazamientos laborales en la ciudad. 

La rutina de Rubén no es una excepción, sino un síntoma de lo que los expertos llaman “pobreza de tiempo”. Esta se define por la escasez de tiempo libre después de dedicar horas al trabajo remunerado y no remunerado, como transporte, tareas domésticas y cuidado de hijos. Esta perspectiva se enfoca en cómo las actividades diarias reducen el tiempo personal disponible.

La pobreza de tiempo se define por umbrales cuantitativos, como tener menos de 10 horas diarias para actividades básicas y ocio, menos de dos horas de ocio al día, o dedicar más de 37.4 horas semanales al trabajo no remunerado. Estos umbrales sirven para identificar poblaciones en riesgo.

La relevancia de este concepto radica en sus profundas implicaciones: la pobreza de tiempo no sólo limita las oportunidades de desarrollo personal, sino que también acarrea graves consecuencias para la salud física y mental, y para el funcionamiento social. El tiempo es un recurso fundamental, y su carencia o la percepción de ésta afecta directamente la calidad de vida de los individuos y los hogares.

El entorno no sólo “consume” tiempo a través de, por ejemplo, largos desplazamientos o la ineficiencia de servicios, sino que también configura la percepción de esa escasez y la calidad del tiempo que resta. Mientras Saltillo mide su crecimiento en kilómetros de asfalto, el tiempo robado a sus ciudadanos sigue siendo una deuda invisible

¿Para qué hablar de la pobreza de tiempo?

La experiencia de Rubén, marcada por largos traslados diarios y un horario laboral que inicia a las 07:00 horas, precedido de madrugar a las 04:30 horas, restringe significativamente su tiempo libre, afectando la calidad de su sueño y generando estrés y fatiga. 

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La falta de tiempo restringe el ocio, descanso, ejercicio y buena alimentación, afectando la salud física y mental, aumentando el riesgo de ansiedad o depresión, y reduciendo la interacción familiar, social y el desarrollo personal. Esta escasez impacta negativamente la satisfacción vital y el bienestar. Los entornos urbanos influyen en esta vivencia del tiempo, por lo que la pobreza de tiempo es un problema sistémico, no individual.

En Saltillo, el diseño urbano con vialidades congestionadas como el bulevar Venustiano Carranza y un transporte público que permanentemente resulta ineficiente ejemplifican cómo la infraestructura contribuye a la pobreza de tiempo. 

Esto introduce una clara dimensión de justicia ambiental: la carga de la pobreza de tiempo y la falta de acceso a sus antídotos ambientales recaen de forma desigual. En Saltillo, según datos de Data México (2020), los ciudadanos tardaban 29 minutos en trasladarse al trabajo, y aproximadamente 55% utilizaba vehículo particular. No obstante, el INEGI registra un incremento anual de 7% en el parque vehicular de la ciudad, lo que sugiere que los tiempos de traslado para 2025 y los años siguientes serán aún mayores.

El contexto Saltillense: un acelerador sin freno 

Si la pobreza de tiempo es un problema individual en apariencia, el caso de Saltillo revela que sus causas son colectivas: para entender este fenómeno es necesario considerarlo como un síntoma de desajustes sistémicos en la planificación urbana y las políticas sociales. 

Saltillo, con su dinamismo y concentración de oportunidades, a menudo prioriza la eficiencia económica o el desarrollo infraestructural por encima del bienestar integral de los ciudadanos y la equidad en el acceso a recursos ambientales que ahorran o enriquecen el tiempo.

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Algunos podrán argumentar que si Ruben se esfuerza lo suficiente podría ahorrar para comprarse un coche y con ello no padecer de la pobreza de tiempo. Sin embargo, se toparía con que las calles de Saltillo cada vez adolecen más el tráfico y se requiere de mucho estoicismo para no perder la cabeza. ¿Entonces, la solución es tener avenidas más grandes? ¿Necesitamos más puentes en la ciudad?

Construir más carriles en Saltillo no solucionaría la pobreza de tiempo. Este fenómeno, conocido como “inducción de demanda” (donde más carriles atraen más autos), satura rápidamente las nuevas vías. Además, desvía inversión de alternativas como transporte público eficiente y carriles para bicicletas, perpetuando la dependencia del automóvil. 

Asimismo, las avenidas más grandes también generan expansión urbana, aumentando las distancias y tiempos de traslado. En lugar de más carriles, Saltillo necesita mejor transporte público, infraestructura para peatones y ciclistas, y una planificación urbana inteligente para reducir la necesidad de usar el coche y, así, disminuir la pobreza de tiempo.

Basta con imaginarse el tráfico del medio día en el bulevar Venustiano Carranza, pese a los semáforos inteligentes, o transitar por las calles del centro de Saltillo, saturadas y en mal estado, para despertar este estrés urbano.

La pobreza de tiempo es un componente central de este estrés, manifestándose como la sensación persistente de no tener nunca suficiente tiempo para hacer frente a las múltiples tareas y compromisos sociales en un entorno que se mueve a gran velocidad.

En Saltillo, el tiempo devorado por los traslados no es un mal menor: para muchos de sus habitantes, supera las dos horas diarias. Este robo sistemático de horas personales, producto de un transporte público obsoleto y una planificación urbana fracturada, no sólo agota: vacía la vida de momentos esenciales para el cuidado físico, el afecto o simplemente existir.

Saltillo crece a costa del tiempo de su gente

La rutina de Rubén (madrugar, viajar, trabajar, repetir) no es un fracaso personal, sino el síntoma de una ciudad que confunde progreso con asfalto. Cada minuto perdido en el bulevar Venustiano Carranza es tiempo robado a la vida: horas que podrían ser sueño, aprendizaje o abrazos, convertidas en humo de escape.

Saltillo necesita dejar atrás las falsas soluciones (más puentes, más carriles, más semáforos) y optar por lo que sí funciona: transporte público eficiente, barrios de usos mixtos y políticas que incentiven las movilidades sustentables. El desarrollo no se mide en kilómetros, sino en minutos ganados para vivir.

Mientras el reloj avanza, una pregunta persiste: ¿podrá Saltillo dejar de construir sobre el cansancio de su gente y empezar a edificar sobre su bienestar?

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